Buenas noches a todas, todos y todes.
Gracias por acercaros hasta aquí a escucharnos y conocernos en esta noche de viernes.
Voy a aprovechar antes de nada, para agradecer a mis compañeros por todo el trabajazo realizado en este último año, porque aunque haya quien esté interesado en decir que estamos separados y nos llevamos muy mal, llevamos más de un año trabajando codo con codo. También quiero dar las gracias a los compañeros que decidieron en primarias que esté donde estoy. Gracias por brindarme esta experiencia, este aprendizaje y el poder conocer a gente maravillosa…
Hechos los agradecimientos, voy a disculparme con vosotros por si me trabo o si me lío mientras os hablo, pero, y aquí me vais a permitir una referencia muy friki y muy millennial, “es mi primerito día”.
Hoy hemos venido aquí a hablar de La Rinconada, de sus calles, sus infraestructuras, sus parques y esas cosas. Me vais a volver a perdonar, pero como dijo Fernando Fernán Gómez, hoy vengo aquí a hablar de mi libro. ¿Y cuál es ese libro? Pues yo misma, que me conozco bien.
Cuando llegué aquí en 1996, al Cáñamo, si me hubieran dicho que 27 años después seríamos 40.000 habitantes, habría mirado por la ventana de mi cuarto el descampado que era la zona del Mercadona y me habría reído muy fuerte.
Por aquel entonces estaba entrando en los 4 años, venía de Villanueva del Río y Minas y el mundo se reducía a mis padres, mis abuelos, los 23 vecinos de mi edificio, la pareja que llevaba el videoclub de María Vázquez Ponce y el dueño de la tienda del pan que me vendía las chuches. Como comprenderéis, las chuches son importantes en este contexto y no porque lo diga Rajoy.
Mi casa, un piso en un bloque enorme —recordad, yo tenía 4 años y una nevera me parecía una montaña— era una preciosa postal llena de nuevas historias. Además, al poco nos inauguraron el Dehesa Boyal, y yo iba y venía por esas amplias aceras, charlando con mis amigas a la sombra de la buganvilla. Imaginaos lo que supone para una cría tremendo parque.
Según fui creciendo, la postal empezó a agrietarse y cubrirse de polvo, al igual que mi bloque de pisos. Al igual que La Rinconada y sus calles, al igual que las ilusiones que los mayores, esos políticos que veía en la tele y en las inauguraciones del pueblo, iban ensuciándome.
Hoy, tanto mi bloque como La Rinconada tienen mucho polvo, muchas grietas, mucho verdín y muchos, muchísimos parches.
Os decía que mi bloque era una postal llena de historias. Esas historias comenzaron felices, pero fui testigo de cómo vecinos, amigos, tuvieron que abandonar su hogar porque a sus padres les era imposible pagarlo. El bloque entero sufrió en silencio el desahucio de una casa, con caras de vergüenza y asombro. Por primera vez, fui consciente de que lo que yo llamaba hogar podía desvanecerse, consciente del poco control que realmente teníamos sobre nuestras vidas, del poder que otros podían ejercer sobre nuestra historia, del poder de las leyes hechas para favorecer no a las personas, sino a los intereses de unos pocos.
Llegó el 15M y me pilló centrada en los estudios. Las marchas de la dignidad y las concentraciones, fue algo que vi, muy ilusionada con ese cambio que se intuía, pero por la tele. No tenía conciencia política por aquel entonces. De hecho, mi madre dice que yo a veces no hablaba por no molestar, así que imaginad cuánto me faltaba por conocer y vivir.
Aquellos años me enseñaron muchas cosas. Que por el simple hecho de haber nacido mujer, mis opiniones tenían menos valor, aprendí que tenía que volver a casa acompañada tras salir de fiesta. Aprendí a tener miedo de las mismas calles en las que me había criado, por si una farola no funcionaba ese día, por si un coche me seguía, por si se paraba a mi lado y me decían «sube, guapa, yo te llevo».
Aprendí que nada de esto debía ser normal, aunque en todos lados me enseñaban, incluido mi propio instituto, que “no me enfadara, que me saldrían arrugas”. Todos aquellos miedos, aquella confusión vital, se habrían podido evitar con una orientación afectiva y sexual, con un plan de salud mental, hoy más en boca de todos, pero igual de necesario que siempre. Tenemos que educar a los que nos educan para que no pase como en mi primer día en 3º de ESO, donde mi tutor nos dijo que todos los chicos serían narcotraficantes. Os podéis imaginar la profesión que nos adjudicó a las chicas. Tenían que pasar muchos años aun para que una mujer pusiera los puntos sobre las íes y desnormalizar el acoso, la cosificación y el machismo en todos los ámbitos. Hoy tenemos leyes valientes que hablan de mujeres, de transexualidad, de familia, o de aborto, y tenemos la obligación de bajarlas y aplicarlas en el municipio.
Algunos dicen que yo todavía soy joven, aunque personalmente me considere viejoven, lo que a mí me gusta el combo sofá-peli-manta un fin de semana no es medio normal, pero hubo una época en la que, naturalmente, el cuerpo me pedía salir y saborear el mundo. Me encontré que en La Rinconada había —y hay— más bien poco donde elegir, y que todo se resumía en cuatro opciones: ir al polígono, ir a una discoteca, ir a Sevilla, o ser la aburrida del grupo que se queda en casa. Pasan los años y la juventud sigue demandando más posibilidades de ocio, de creación, de salir sin que ello implique una botella de lo que sea que beban ahora los jóvenes. Os lo dije, soy viejoven, ahora lo mío es la manzanilla sin azúcar.
Las instituciones deben ofrecer estas alternativas y crecer al mismo tiempo que la sociedad, sin marginar a los jóvenes en los botellódromos, la discoteca de moda o expulsándolos del pueblo sin posibilidad de vuelta hasta el día siguiente. Un Diversia para todas las edades, el apoyo a asociaciones juveniles, la escucha activa de sus necesidades. Por eso, vamos a crear y devolver a los jóvenes, zonas de ocio nocturno responsable, a darles espacio en el diseño de la ciudad e integrarles en la vida común mediante tarjetas descuento y carnet joven en la red de comercio local. Vamos a crear líneas nocturnas de transporte público. Los accidentes deben ser cosa del pasado.
Pero los jóvenes no solo queremos ocio, divertirnos y salir de fiesta. También queremos ampliar nuestras posibilidades de futuro, de encontrar casa, empleo y formar una familia. Ya, eso lo queremos todos, ¿no?
Todo esto pasa por el transporte. Os confieso que este núcleo de La Rinconada ha sido siempre un lugar lejano. Hoy está un poco más cerca, pero como usuaria del transporte público reivindico que podría estar más cerca, con una mayor frecuencia de autobuses y conexiones directas con Renfe. Un transporte público que permita descongestionar nuestras calles, que permita que respiremos mejor, que podamos ir a un trabajo con el que desarrollar nuestras vidas.
Ya no somos los mismos, cambiamos, y somos muchos más. Tenemos necesidades diferentes que no se resuelven, porque quien manda lleva los mismos años que yo viva en el ayuntamiento y ya no le quedan ideas y pese a que La Rinconada es el mejor lugar en el que he vivido en estos 30 años, no he venido a esta vida a conformarme. Quiero más y mejor para mí, los míos, los que estamos y los que llegarán…
Quiero unos servicios públicos de calidad, quiero un ayuntamiento de calidad, democrático, pero claro, la democracia es más que votar. Sois vosotras y vosotros los que tenéis que controlar dónde se invierten los recursos que aportamos entre todos y que se tenga la oportunidad de conocer en todo momento cómo se gasta el dinero público, con un ayuntamiento abierto de verdad. Eso es defender la democracia, no poner una bandera aún más grande en el mástil de la unión.
Esa bandera es un símbolo, lo importante es la gente que lleva esa bandera, la gente que la hace posible, vosotras y vosotros y por eso tenemos que priorizar a la gente en cada decisión pública, por eso las calles, los parques, el municipio, tiene que estar pensado para las personas.
Hay quien se llena la boca hablando de orgullo de pueblo. Yo estoy orgullosa de mi pueblo, pero no pondría eso como excusa para barrer las cosas bajo la alfombra, ni para contratar a 300 barrenderos para que parezca que se da trabajo y se tiene el pueblo impoluto —solo donde mira la suegra, claro está—. Así no se hacen las cosas. No podemos consentir cifras de paro cercanas al 20 por cierto, como tampoco podemos consentir que los contratos que se hagan sean precarios. Seguro que estáis conmigo en que encadenar siete contratos en un mes no es algo que podamos seguir manteniendo como normal.
Tampoco es normal que por un piso de 90 metros cuadrados, el alquiler más bajo sea de 600 euros, que no exista vivienda y tengamos que vivir con nuestros padres. Que las mínimas viviendas de protección oficial que se construyen tengan que pasar obligatoriamente por la oficina de la Caixa. Por eso vamos a impulsar nuevas viviendas, para jóvenes, para mayores, pensadas para las rentas que existen, para los bolsillos de la gente.
Vamos a acabar con la situación de absoluta desigualdad que existe entre La Rinconada y San José, creando distritos que aseguren que, se viva donde se viva, los impuestos están bien pagados, con servicios, infraestructuras e igualdad, mucha igualdad.
Creemos que La Rinconada es un buen pueblo, pero podría ser mejor. Para eso hacen falta ideas, coraje y valentía para transformar las cosas. Hay que aclarar que la valentía no es la nuestra, sino la vuestra. Vosotras y vosotros podéis cambiarlo todo, levantar la voz y hacer que se cuide lo cercano, lo nuestro.
La niña de 4 años que llegó a la Rinconada es hoy una mujer de 30, ve las grietas, el polvo, el verdín y los parches que hay en su bloque de pisos, y que se extienden allí donde posa la mirada en todo el pueblo. Va llegando el momento de empujar los límites, de unirnos y hacer las cosas que tantas veces se ha dicho que hay que hacer. De hacer bueno el nosotros, y de hacer que con nosotros, mejor.
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