Publicado en TuPeriódico el 20 de marzo de 2022
Siempre que aparezco por aquí es para dar un sermón y siempre hablo de usted. Hoy, con vuestro permiso, te hablaré de tú. Y es que este hueco hace semanas que se me hace bola. Necesito que pase a ser una carta para ti. Y, por supuesto, las respuestas son bienvenidas. Además, los amigos por correspondencia vuelven a estar de moda, o eso me gustaría a mí.
Bueno, voy al lío, «que yo he venido a hablar de mi libro».
Hacer amigos es difícil. Luego está lo de cuidarlos, porque hay que mirmarles, dedicarles tiempo de calidad, quererles y, por supuesto, hacerles sentir queridos. Que se parece, pero no es lo mismo. Para mí es tan difícil que mis amistades se pueden contar con los dedos de una mano y me sobran dedos.
Teniendo en cuenta todo esto, y el pequeño detalle de que vas a tener que vivir el resto de tu vida contigo mismo, deberíamos procurar, en la medida de lo posible, ser nuestro mejor amigo. Todos necesitamos unos mimos y dedicarnos tiempo de calidad. El amor propio es imprescindible y no debemos confundirlo con falsos egos. Debe ser una relación fuerte de la que te sientas orgulloso y hacerte sentir realmente querido por ti mismo. Todo esto es un trabajo de pico y pala durante el resto de tu vida, pero no debemos conformarnos con lo que tenemos en ningún momento.
También sabemos que los amigos no solo dicen las cosas buenas, que ser complacientes es tóxico, pero es que cuando hablamos de la autocomplacencia el asunto se torna nuclear. Y es que las varas de medir que usamos normalmente tienen tendencia a estirarse y encogerse dependiendo de la dirección en la que apuntan, ya saben, eso de «ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el nuestro».
A estas alturas tienes que estar pensando que esto es un sermón más y probablemente estés en lo cierto, pero si te preguntas también el porqué de todo esto yo te contesto rápido: por todo. Las cosas se entienden mejor con botones.
Como (poco) consumidora de la famosa red social que empieza por «F» y acaba por «acebook», cuyo nombre en casa no se menciona, leo un montón de cosas. Desde los sorteos en los que me menciona mi madre (gracias mamá) hasta los comentarios de gente que, claramente, tiene la vara de medir estropeada.
Uno de los temas de actualidad estas semanas es la basura que se genera alrededor del famoso restaurante de comida rápida cuyo nombre no diré por qué no me pagan publi. Los vecinos se quejan con razón, conste, pero no recuerdo a esa misma gente quejándose o apoyando cuando los vecinos, en su mayoría residentes en calles peatonales o cerca de parques, se quejaban y quejan de la falta de civismo de los que van creando un estercolero a su paso. Como ejemplos, pongamos al que no recuerda para qué servían las papeleras y deja la lata de su refresco energético favorito y la caja de la pizza que se ha zampado en el suelo, la que come pipas con unas amigas y lo siembra todo o el que ha sacado al perro a pasear y ha decidido que recoger la caca del suelo es de plebeyo. Que no sé si realmente llega a saber lo que es un plebeyo, pero fijo que piensa que es demasiado importante como para recoger caca. Y la cantidad de colillas que sobrevuelan nuestras cabezas en las calles, especialmente peatonales. Surcan el cielo como pequeñas estrellas fugaces y caen, en el mejor de los casos, porque a mí me ha caído alguna que otra encima, en el suelo, invadiéndolo todo. Esto da para un libro.
Después de leer todo esto, seguro que en alguna de estas situaciones también te sientes un poquito culpable. O no, oye, que a lo mejor duermes muy bien por las noches.
La situación es la siguiente: todos convivimos y provocamos situaciones de este tipo constantemente. Nos partimos el pecho reivindicando cuando el daño es hacia nosotros, porque la vara nos indica que es un problemón de narices y que el que lo provoca es un ser de las tinieblas; sin embargo, ignoramos el problema cuando va hacia otros. Pero es que cuando somos nosotros los que tiramos las colillas o las pipas al suelo es porque si no quitamos empleo a los barrenderos. No, señores, no, eso lo hacemos porque somos unos guarros, no nos pongamos excusas. Y no defendemos los problemas de otros porque «que se las arregle el otro, que bastante tengo yo con lo mío».
Recuerda: la autocomplacencia no ayuda a cambiar nada y, por supuesto, no ayudará a servir de ejemplo para los demás. Porque puede que ahora los demás te parezcan innecesarios, porque mira, no todos los días puede levantarse uno supersolidario, pero en algún momento te quejarás de algo, pedirás ayuda y los demás no estarán porque, ya sabes, «que se las apañe, que bastante tengo con lo mío».
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