Solo queremos que no nos marchiten

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Este mes de diciembre está siendo horroroso en todos los sentidos: la comida está subiendo por encima de nuestras posibilidades, la criminalidad sube como la espuma en este país y las temperaturas son extremadamente altas para las fechas en las que estamos. Con respecto a esto último, ya fuimos avisados en verano cuando los meteorólogos nos «amenazaban» con que ese verano será el más fresco que vamos a vivir. Nos toca cambiar hábitos, por eso de «adaptarse o morir».

Además, al mes de diciembre se le atribuye la cualidad de llamar a la ilusión y a los sueños. Para mí, en este sentido, es diciembre todos los días, pues tengo las mismas ilusiones y sueños durante los doce meses que tiene el año e imagino que el resto de ustedes también los tendrán en mayor o menor medida. 

Todos soñamos con un trabajo mejor —o con un trabajo—, un lugar mejor al que llamar hogar —o un hogar— y salud. Nos guste más o nos guste menos, es esta última la más necesaria de todas, la salud. Pese a que la sanidad se está viendo mermada, hay que reconocer que los avances científicos y tecnológicos están mejorando cada vez más la calidad de vida. No hace falta que recordemos la pandemia que se asentara en nuestro día a día en 2019 y la rapidez con la que se crearon vacunas y medicamentos para combatirla. O la cantidad de artículos que se pueden leer sobre experimentos que salen para superar enfermedades que hasta hace poco creíamos mortales. Los avances en materia del cáncer son innumerables y nos permiten soñar con una vida más larga y menos dura si algún día llega el temido diagnóstico. 

Definitivamente, los sueños van ligados a los avances, sean del tipo que sean. Hay sueños más grandes y más pequeños, más materiales y otros más abstractos. Hay sueños individuales y colectivos y también hay sueños que pertenecen a sectores de población y que pueden no ser entendidos por todos. Yo sueño con una vida en la que no necesite un escudo para poder ser. 

Y es que, mientras los avances ya mencionados se incluyen en nuestra vida cotidiana, muchas veces porque no nos queda más remedio, dejamos atrás los que, como he dicho antes, solo entienden determinados colectivos: el derecho a una vida libre de miedos y llena de sueños.

Personalmente, puedo decir que ser mujer en España, a día 30 de diciembre de 2022, es una eterna pelea.

  • Si salimos, porque salimos; si no salimos, porque no salimos.
  • Si nos arreglamos somos busconas y si no mojigatas. Si nos maquillamos estamos mintiendo; si no, es que somos descuidadas.
  • Si nos callamos la culpa es nuestra y si hablamos, por supuesto, no tenemos razón, somos unas desquiciadas, lo que decimos no tiene validez.
  • Si conseguimos algo en la vida, seguro que lo hemos hecho de rodillas.
  • Si nos agreden por la calle es normal, la culpa es nuestra.
  • Si nos matan algo habremos hecho.
  • Si salimos a la calle a quejarnos de que en estas fiestas de fin de año seremos 48 mujeres menos que en las anteriores, es que no miramos las cifras de hombres asesinados a manos de sus parejas.

Vivimos, sobrevivimos, en una continua desacreditación. 

Y a estas alturas habrá quien me haya dejado de leer o quien esté vociferando que lo que yo lo que quiero es ahorcar a todos los hombres en la plaza del pueblo. Si es tu caso, de verdad, revisa bien ese pensamiento, porque tu realidad puede no parecerse en lo más mínimo a la mía, pero te puedo asegurar que no por eso la hace menos real. 

Volvamos a los sueños. No hay sueño más gratificante que el que tienen los padres cuando sus hijas vuelven a casa sanas y salvas. Tampoco hay sueño más agradable que el que se tiene al meterte en la cama tras salir a tomar algo. Personalmente, sería un sueño dejar de oír excusas para todas las tropelías que vivimos las mujeres, que yo ya tengo arcadas cada vez que alegamos que «eso siempre ha sido así». Las tradiciones no deben, bajo ningún concepto, impedir libertades. No tener que escribir estas palabras no sería el mejor sueño que pudiera tener, sueño con eso todos los días, sería la mejor realidad que podría vivir. 

Soñamos mientras el machismo mata a diario, roba sueños, frena vidas. Sale en el telediario que este es el mes con más mujeres asesinadas y nos retorcemos en la silla mientras comemos, nos preguntamos hasta donde vamos a llegar, pero pocos somos los que cuando escuchamos a los vecinos gritarse llamamos a la policía porque «eso son cosas de parejas, yo ahí no me meto» o porque «no quiero meterme en líos». Mientras normalizamos la violencia machista porque «yo es que me he criado en otros tiempos», ésta se vuelve cada vez más violenta y más machista y se ejerce en los ámbitos que menos esperas. Pero bueno, también se da en el Congreso, es normal. 

Mientras escribo esto, millones de mujeres somos atropelladas por esta sociedad machista. A mí, de momento, solo me costará terapia, pero a 12 mujeres, solo este mes, les ha costado la voz, los sueños y la vida. Uno de los últimos casos se ha llevado por delante, además, el mayor sueño que se puede tener, el de una nueva vida. Una vida que no ha tenido la oportunidad de soñar. 

Y soportando las críticas y amenazas, con la promesa de seguir luchando por una realidad llena de vida y citando al artista más inesperado para mí del panorama musical, Bad Bunny, concluyo: «Ella no quiere una flor, solo quiere que no la marchiten, que cuando compre pan no le piten, que no le pregunten qué hizo ayer y a un futuro lindo le inviten»

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