Discurso de apertura del acto Camino a las Europeas
Buenas tardes a todas, todos y todes por estar aquí una tarde de viernes. Me van a permitir que agradezca especialmente su asistencia a las mujeres, y entre ellas, a las madres, porque ser mujer y madre, todavía en este país, es un triple trabajo. Gracias por hacer un esfuerzo tan grande, sigamos trabajando por la conciliación.
También quiero aprovechar y agradecer a las personas que han hecho posible que este acto se celebre en La Rinconada, por traer a Diego Cañamero, a Mariángeles, a Ana y a ustedes porque me dieron voz con su confianza.
Como habrán podido comprobar, tengo una alergia con nombre, apellidos y código postal. No se asusten, no soy contagiosa.
Tenía que hablarles yo hoy de Europa, de la campaña, de Irene y de la vida. Me van a permitir que me salga un poco del guion y les cuente mi libro. De por qué me metí en la cosa ésta de la política.
Como muchos jóvenes, he escuchado muchas veces eso de «yo a tu edad ya trabajaba, tenía hijos y me había comprado una casa». O «el que no trabaja es porque no quiere». «Eres pobre porque te da la gana» o «no puedes permitirte una casa porque tienes Netflix y HBO». Como si las hipotecas costasen 12 euros. La cultura del esfuerzo, que le llaman. En esas conversaciones me dan ganas de decir que desde que tengo uso de razón he vivido cuatro crisis: la de los noventa, la de 2007, la del COVID y la mutante. La llamo crisis mutante porque cuando parece que va a terminar le sale otra pierna: que si una guerra en Ucrania por aquí, que si una inflación por allá, que si un genocidio en Palestina en la frente, que si el miedo a una Tercera Guerra Mundial en el pecho… Sinceramente, yo no sé ustedes, pero yo estoy un poquito cansada de vivir tanto momento histórico.
Momentos históricos que solo le dicen a mi generación: ¿para qué? Para qué estudiar, para qué formar una familia, para qué intentar cambiar la vida de la gente. Así es la vida, aguántate, que bastante con que respiras y vives por encima del paralelo 36 y disfrutas del primer mundo. Claro está, todo eso es aceptar ser un peón, una pieza, un engranaje, un tornillo.
Y, la verdad, yo no he venido a esta vida para conformarme. No soy un corderito dócil, ni un simple número. Claro, una vez hecha la declaración, hay que mover el culo, porque ofendida sí, pero con cabeza. Diciéndole al PSOE que se le ven las costuras —todos los 15 en el pleno, no se lo pierdan—, diciéndole al PP que no nos van a robar más, que ya está bien; diciéndole a VOX que su fascismo no me da miedo sino que me da asco. Diciéndole, a toda la que me quiera escuchar, que si me da la mano, podemos cambiar el mundo. Porque las posibilidades, al contrario de lo que nos venden, siguen ahí. Lo hemos demostrado durante 10 años. El sí se puede no es un eslogan, es una constatación de que la mentira se les ha acabado. De que lo pueden vestir de rosa clarito, de dama blanca, de sonrisa profidén, que ésta que está aquí —y espero que todas las que están ahí sentadas, escuchando a esta pava— no se traga el cuento.
Y no se lo traga no por sectarismo podemita, sino porque se empuja hacia adelante. Creando leyes que molestan a los señoros, presentando mociones para que se haga más, llamando a las cosas por su nombre. Un genocidio es un genocidio, un robo es un robo y un defraudador es un defraudador, se llame Amancio o Perico de los palotes. Decir estas cosas, en este país, tiene un coste: que te acosen, que te denuncien, que te rebusquen en la basura o que se te cuelen en casa. Que te manden balas. Que abran telediarios y periódicos con fake news asociadas a tu nombre. Aquí en el barrio, que abran una oficina de neonazis al lado de tu casa para meter miedo.
Hablemos de eso, del miedo. Ya sea con esvásticas, con la bandera de VOX (les juro que en esta oficina las dos banderas están juntas), con la fachada de la Comisión Europea o con los micrófonos del Parlamento, el mensaje que se nos quiere transmitir es el mismo: compra una alarma y métete en el búnker. No pienses, haznos caso, que nosotros sabemos más, que nosotros estamos para cuidarte. El «nosotros» normalmente es Desokupa, los mercados, el banco de turno o “la sociedad”, cuando no alguna multinacional que, a cambio de nuestros datos, nos promete una vida maravillosa con todo gratis, pero nos da dosis diarias de miedo y odio en vena.
¿Y qué proponemos nosotras? Pues alzar una voz diferente, de las que dicen lo que hay, de las que dicen que, además, hay solución y que no es tan difícil, que solo hay que esforzarse un poquito. La misma voz que ha dicho que para parar a las derechas, tiene que haber más derechos, la misma que dijo que sólo sí es sí —y menuda tormenta de mierda nos montaron—, la misma voz que ha traído a este país la Ley de cadena Alimentaria —ya saben, eso de dejad de exprimir a los agricultores— la ley de Vivienda —esa de hay que topar los precios de los alquileres—, la misma que la Ley Rider —esa de dejad de crear falsos autónomos— o la subida del salario mínimo interprofesional —esa de la gente debe poder comer con lo que trabaja—. Ya ven, iba a dejar de salir agua por los grifos con nosotras y resulta que lo que queríamos era que la gente pudiera tener dignidad.
Todo esto empezó hace 10 años en Europa. Todo un país soñó muy fuerte y al abrir los ojos ahí estaba, el cambio había llegado. Es hora de volver a soñar. Sí se puede.
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