Nos espiaban, sí.

Mientras decían que nos financiábamos ilegalmente (falso) y que veníamos a romper España (hemos unido a más gente y opciones políticas que nadie), nos espíaban.

Se retorcían las manos porque no encontraban trapos sucios de los que tirar, así que se los inventaron, nos echaron a sus perros rabiosos, aunque fuera demasiado burdo. Ellos iban con ello.

Ya se sabe la verdad: ni rota España, ni financiaciones ilegales, ni delitos ocultos bajo la cama: sólo un país movilizándose para cambiar las cosas.

A partir de ahora, solo queda pedir justicia y seguir trabajando.

Esa mal llamada policía patriótica nos espiaba. Nos espiaba por orden de altos mandos políticos de un Gobierno de España, que decían también ser muy patriotas. Los mismos patriotas que pretendían vender España en 2012, que permitían que se produjesen casi 70.000 desahucios en 2013, que originaron la peor crisis territorial en el Estado en 2014. Esos, los de la bandera en la muñeca, los del “es el mercado, amigo”, los de las tarjetas black, los casos aislados y los martillazos a ordenadores en Génova 13, mandaban espiarnos a ver qué barros teñían nuestros pues.

No los encontraron porque no los había, el miedo se apoderaba de ellos, mientras las encuestas marcaban sorpasso al PSOE y las urnas esperaban, y activaron el ventilador de un fango que tuvieron que inventarse. Se inventaron donaciones millonarias, injerencias extranjeras y conductas delictivas, fabricaron pruebas, buscaron a lo más corrupto de cada casa para airearlo y plantaron la semilla del odio contra nosotras, hasta el punto en el que han justificado lo injustificable: el acoso a bebés y las amenazas de muerte.

Así actúa el fascismo, con la destrucción física y social del adversario, la imposición por la fuerza de ideologías contrarias al interés general. Permitir que un día más esto continúe sin castigo, sin justicia, pactando con los mismos que financian, aúpan y justifican los ataques, con los autores intelectuales y materiales de las mentiras, es ser cómplice del crecimiento de la ultraderecha, de sus peores efectos y de las consecuencias para la gente de este país.

Francia nos ha recordado una lección: si la izquierda se convence de que es izquierda, no hay derecha que la pare.

Sheila Guerrero, concejal en el Ayuntamiento de La Rinconada y responsable de Organización de Podemos La Rinconada

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