Gracias, presidente.
Los números que refrendan la actualidad y pertinencia de este 25N, de todos los 25N, no son otra cosa que la prueba de que la relación de las mujeres con la violencia es un continuo a lo largo de toda su vida, de que las violencias machistas son estructurales y de que su erradicación es responsabilidad colectiva.
Y es que, cuando han pasado 20 años desde que la ley contra la violencia de género estableciera el derecho de las víctimas a una atención jurídica, psicológica y social de proximidad, permanente y urgente a través de las comunidades autónomas y las corporaciones locales y gracias a un fondo de financiación que no ha sido relevante hasta la llegada del Pacto de Estado, según la Estadística de Recursos Autonómicos en Materia de Violencia contra la Mujer, 5.808 profesionales de 1.340 centros atienden a 68.314 mujeres al año a lo largo y ancho del Estado. Estas trabajadoras, en un 90% mujeres, denuncian hoy la precarización de sus condiciones laborales, que está llevando al absentismo y al abandono, y la insuficiencia de recursos para la prevención e intervención tras la petición de ayuda, con demoras de primera atención de más de dos meses en algunos casos, cuando la rapidez es fundamental para dar una respuesta efectiva a las víctimas.
Más datos demoledores, más fotografías desgarradoras. En cuanto a la violencia sexual, según el Balance de Criminalidad de Interior, en España se denuncian 69 agresiones al día, esto es, más de dos cada hora, de las cuales, 14 son violaciones, es decir, una cada dos horas. Agresiones que, además, no dejan de aumentar: entre enero y junio de 2024, el total de denuncias por delitos contra la libertad e indemnidad sexual han crecido casi un 5%, y eso sin entrar en el cómputo las agresiones que se perpetran a través de Internet. La fotografía es especialmente preocupante entre la juventud, pues, según un estudio realizado por el Instituto de las Mujeres en 2022, cerca del 58% de las mujeres de entre 18 y 25 años encuestadas reconoce haber mantenido relaciones sexuales «sin ganas» o «por compromiso». Casi un 61% dice haber sentido miedo de que alguien pudiera ejercer algún tipo de violencia sexual sobre ellas en espacios públicos como calles, parques, bares y discotecas. En torno a un 20% teme sufrir una agresión sexual en su entorno, ya sea en el centro de estudios, en el trabajo o por parte de sus parejas. Acudiendo al último barómetro sobre salud y bienestar publicado por Fad Juventud, los resultados no son mejores: más de la mitad de las mujeres de entre 15 y 29 años creen que pueden llegar a sufrir violencia sexual.
Debemos atender también al abordaje de la práctica de las madres de alquiler como una forma de explotación reproductiva de las mujeres y la violencia obstétrica como una forma de violencia machista fortaleciendo las buenas prácticas sanitarias. La uberización de la gestación es prueba de que la violencia contra la mujer se refina en su método pero sigue siendo brutal en su concepción.
Y, por último, pero no por ello menos importante, debemos facilitar, desde todas las instituciones, la correcta implementación de la ley trans y LGTBI para proteger el derecho a ser de todas las mujeres y poner fin a la violencia contra una parte de nosotras por su orientación sexual o su identidad de género.
Como decía Simone de Beauvoir, “no se nace mujer, se llega a serlo”.
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